Disminuida artesana de mi ombligo:
Mañana te celebran como utensilio.
Mamá olla, mamá cama, mamá teléfono, mamá sala, mamá televisor, mamá mantel, mamá porcelana.
La publicidad exhibe ofertas para hijos culpables que te recuerdan una vez al año y te llenan de regalos que te vuelven más mamá. Cositas que te aferren a la casita, donde te ves tan linda, tan perfecta, que nadie se atreve a imaginarte sin esa sonrisa de postal. Porque mamá no llora y si lo hace, es por el orgullo de ver a sus hijos graduados o casados. Por cosas menos importantes tal vez lo realices escondida en el baño o casi ahogándote contra una almohada. ¿Verdad, mamá? Así nadie te escucha, ni se alarma porque algo en la familia no sea lo que parece. Además, te recitaron desde siempre que tu mejor ambición consistiría en ser madre. La felicidad más grande para cualquier mujer.
Te engañaron, mamá. Aceptémoslo sin miedo. Por más cursi que lo impriman en una tarjeta, sufrir no te vuelve más bella, te legitima como víctima y entregarlo todo por alguien te anula como persona.
Por eso, mañana acepta de regalo solo una cosa: tu nombre.
Aunque “mamá” sea el seudónimo más dulce, no encierra tu identidad. Eres Diana, Mariela, Rocío, Paola, Natalia, Julia, Noelia, Ingrid, Mariana, Alejandra, Gabriela…
Eres lo que te permitas ser. No pidas tanto permiso. Antes de educarme, aprende a ser rebelde conmigo.
Mi deseo de todos los días es que con la vida que me diste no termine la tuya.
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Publicado originalmente en la extinta y recordada Revista Paquidermo.